
Esta semana, además de ser la última de las vacaciones, fue especial por varias razones. Una de ellas fue la breve pero agradable visita de mi amiga de años atrás, que entre otras cosas me recuerda y transmite constantemente la mística musical de Concepción en sus mejores años. Constantemente citando músicos y momentos especiales del rock de esta ciudad y de nuestros encuentros con las leyendas vivientes, hemos pasado un estupendo rato.
Recordar los momentos gloriosos de Concepción es un buen ejercicio, especialmente por lo motivante que resulta ver los logros que se han alcanzado en cerca de medio siglo. La época del teatro, un verdadero renacimiento cultural liderado por el TUC ha caído en el olvido y quizás sólo aparezca como un tierno recuerdo de un octagenario que vivió esos años, digamos, si es que su salud se lo permite. Verdad que fue hace muchos años y eso impide que la memoria siga fresca, pero la principal entidad que debiera celebrar ese movimiento y recordarlo, la Universidad de Concepción, sólo se limita a matricular infinitos alumnos y a mirar con sospecha toda actividad de aspecto cultural o artístico que ocurra dentro de sus límites y cuando puede, a fotografiar al público asistente a estos espectáculos (a través de sus guardias), acaso como amedrentamiento para no sacar una lata de cerveza mientras se soporta el calor del verano en el foro, o bien expulsando a una pareja que ocupa el terreno frente a la biblioteca con la excusa de cuidar su pasto (el espacio es más grande que una cancha de fútbol). Pueden ser detalles, dirá alguien, pero está claro que la universidad y sus actividades culturales, todas programadas por la dirección de extensión, excluyen toda otra acción que no esté en su línea editorial y que no pueda ser observada ni controlada por sus guardias, aunque sea inofensiva. Eso incluye una banda de músicos folklóricos que una tarde de domingo estaban tocando cerca de un cerro. Fueron expulsados mientras tocaban, pero se fueron tocando música mientras caminaban y fue francamento patético verlos "correteados" por un grupo de guardias como si fueran delincuentes.
Recordar a Emociones Clandestinas, el Cariño Malo, a los Santos Dumont y demases ha sido un ejercicio constante y sonante cada vez que nos vemos. Recordar a los Aullido y esos veranos de pelea con los Vinagres, el Lengue Lengue y, por supuesto, todo la otra mísitca personal de nosotros con nuestros amigos. Así es el espíritu de Concepción ahora, representada antes por una universidad que ahora no merece ese nombre. Por eso no queda más que recordar cómo las cosas eran antes y qué se puede hacer ahora que el país no parece tener más rumbo que el económico. Bueno, y si se hace ese ejercicio con tu amiga un fin de semana de tus vacaciones, tanto mejor.