viernes, 2 de febrero de 2007

Allen, Allen...



Allen Ginsberg


Allen Ginsberg en Chile
Por Vadim Vidal

En esa época, en Chile era usual que las universidades realizaran congresos durante el verano. Programado entremedio de un congreso de Psicoanálisis en la Universidad de Chile, y otro de escritores chilenos en la de Valparaíso, el "Primer Encuentro de Escritores Americanos" en la Universidad de Concepción fue la razón de la visita ginsbergiana. Además de su amigo Laurence Ferlinghetti (el otro poeta norteamericano perteneciente a la tribu de la Beat Generation que lo acompañó), entre las visitas ¡lustres de ese encuentro estuvieron Ernesto Sábato, Miguel Arteche, Nicanor Parra, Volodia Teitelboim. Gonzalo Rojas fue el de la idea: "Todo esto se gestó en noviembre de 1959, cuando me contacté en San Francisco con la librería de Ferlinghetti, City Lights, donde mandé una invitación a cuatro escritores de la Beat Generation. Vinieron dos. Jack Kerouac se excusó".

Cuenta Rojas que para Ginsberg y compañía fue muy extraño que los mandaran llamar desde una punta del mundo y como anécdota, recuerda que los organizadores ofrecían traer a las esposas o parejas de los participantes, por lo que Ginsberg mandó pedir dos pasajes en primera clase, "una para él y la pareja con que andaba". Pero llegó solo.

Nicanor Parra no los conocía, ellos tampoco a él, aunque Parra era citado como influencia para su poesía: en 1954, el poeta chileno había editado los "Poemas y Antipoemas" y el 56, Ginsberg dio a la luz su célebre "Howl" ("He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas, histéricas, desnudas/ arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de una dosis furiosa..."). Desde Las Cruces, el antipoeta se recuerda: "Él estaba más bien en la onda gay, era lo que más le interesaba". Cuenta la leyenda que cuando le preguntaron en el aeropuerto a qué había venido a Chile, Ginsberg respondió "Vengo a coger", pero Parra no confirma la anécdota, ni tampoco lo hizo Ginsberg en una entrevista concedida a Noreste en 1987 .

Según la evasiva respuesta de Ginsberg, "puede ser (que haya dicho eso). En Santiago conocí a mucha gente, salíamos a los bares de la calle Alameda... Tengo muchos amigos en Santiago". "Y sepa Moya si lo hizo, esa era su vida privada", acota Parra.

Entre las anécdotas penquistas, todos los que estuvieron con él recuerdan su visita al mineral de Lota. Cuenta Rojas: "A la salida de las sesiones, que terminaban como a las cinco de la tarde, me iba con todos a Lota. Salíamos volando para alcanzar a llegar a la salida de los turnos de los mineros que habían entrado a las cuatro de la mañana, y que venían todos tiznados desde el fondo. Entonces yo les dije ¿quiénes son los valientes que se atreven a bajar al pique?, y éstos se atrevieron. Este era uno mucho más difícil y más profundo, había que meterse por las galerías. Me acuerdo que Ferlinghetti dijo que le recordaba cómo era la minería en Pennsilvania el siglo anterior. La visita le impactó y, de hecho, escribió un poema de eso, llamado Puerta escondida". Parra también estaba ahí y recuerda un chiste macabro: "Después de que vimos a los mineros volver del fondo de la tierra -todos éramos en ese tiempo marxistoides yo no sé quién le preguntó qué era lo que pensaba de esto, la explotación capitalista y él dijo: el mundo se divide en ricos y pobres. Estos ñatos han elegido ser pobres, que se cambien al otro bando: que se hagan ricos. Ese fue el chiste que hizo. Pero ese chiste hay que leerlo por debajo y por el lado, es muy complejo".

Luego de Concepción, el gringo beat visitó Ancud, Bariloche, Temuco y de vuelta a Santiago. Ginsberg nunca se quedaba en un solo lado y esta no fue la excepción. La capital era sólo la escala para aventurarse en la ruta inca que había efectuado su amigo William Burroughs siete años antes. Claro que en la pasada conoció al clan Parra en extenso y también la bohemia santiaguina de la época. Nicanor Parra lo hospedó cerca de un mes en su casa de La Reina y compartió con Violeta y Ángel Parra, que vivían cerca. Todo esto mientras esperaba que su amigo Ferlingetti, que había vuelto a Norteamérica, le enviara unos cheques que le permitirían ir a Perú y Bolivia.

En enero de 1960, el poeta beatnik Allen Ginsberg estuvo en Chile. Vino por dos semanas y se quedó tres meses, la mayoría del tiempo en la casa de Nicanor Parra.

Carreteó con Gonzalo Rojas, Ernesto Sábato, Violeta Parra, Teillier y toda la taquilla pensante de la época. Y los que se acuerdan de esos días, de esto se acuerdan

ALLEN GINSBERG era pop cuando no existía el pop y actuaba como rockstar a pesar de que el rock contaba recién sus primeros pasos, y fue activista gay cuando no existía el gay power. Lo suyo era la poesía beat, el misticismo y el vagabundeo. Eso lo trajo a Chile en enero de 1960.

No hay mayores registros de la visita y la mayoría de quienes la recuerdan lo hacen de un modo anecdótico, como si hubiera venido a Concepción y luego hubiera hecho sus maletas de vuelta a San Francisco. Pero la verdad es que el poeta se quedó un rato largo. Así lo contó el propio Ginsberg en Apsi en junio del 1987, a Sergio Marras: "Viajé por todo Chile. Estuve en Ancud en la casa de un poeta de allí. Su familia tenía una envasadora de pescado, y comí mucho pescado en tarro. Salí a pescar. Crucé Los Andes hacia Bariloche. También fui a Temuco. Me interesaban los araucanos y sus hierbas. Así que las busqué hasta que las encontré. Esas hierbas eran muy celebradas en la época. Producían efectos novedosos".

En efecto, Ginsberg anduvo en Chiloé tras la pista del chamico, una hierba mapuche que se la había recomendado el poeta Jorge Teillier antes de abrir al congreso sureño. Teillier lo había interceptado a la salida del Hotel Panamericano, en Santiago, y aprovechó de entrevistarlo para Ultramar, la revista de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile. En esa nota, según Teillier, su aspecto era "entre predicador religioso, comerciante ambulante y guerrillero cubano: frondosa barba, melena, desaliñado atuendo y un equipaje consistente en un gran bolso de buhonero y una caja de cartón".

Ángel Parra, que también estuvo con el poeta, cuenta desde París que éste se adaptó muy rápidamente a Santiago y que fue a San Diego a comprarse un overol azul. "De esos que tienen pantalón", recuerda su tío Nicanor en el Litoral Central. "Y nada más, ropa interior, no. Evidentemente que eso llamaba la atención".

Bueno, Ginsberg también llamaba la atención cuando hablaba. En Concepción dijo que era "urgentemente necesario importar algunos kilos de marihuana para los escritores chilenos a fin de despertar su dormida percepción". Para Gonzalo Rojas, "llegó haciéndose, un poco presuntuosamente, el dueño de la cosa, como el desafiante". En todo caso, cuenta que eso era "pintoresco, simpático, con aire de mundo, y sirvió para ventilar al país".

Nicanor Parra se acuerda que Ginsberg se adueñaba de los recitales de poesía. Años después, Parra siguió recitando junto a él en Nueva York y en distintos congresos y siempre llevaba algo preparado para hacerle el peso.

En su paso por Concepción, Allen Ginsberg se instaló ante mil personas en el Foro de la Universidad, leyó poemas de su libro "El Aullido", en inglés, y el escritor Fernando Alegría, que lo había traducido, lo iba leyendo en español en forma simultánea. Se robó la película.

Francisco Vejar, poeta y amigo de Jorge Teillier, dice que se contaban historias sobre su estadía en La Reina. Como que se inyectaba los brazos sin sacarse el chaleco. O que andaba trayendo un pasaporte que acreditaba médicamente que tenia que consumir "ciertas dosis" de drogas al día y que no se le podía privar de esas sustancias. Sustancias que, ciertamente, tenía problemas para conseguir. Gonzalo Rojas narra la irrupción que tuvo en el bar II Bosco, cuna de la bohemia santiaguina de entonces: "Me lo contaron, yo no lo vi, pero entró y gritó: ¡Vengo a buscar cocaína y maricones! Entonces, uno de los de ahí lo tiró de la chaqueta y le dijo: Ya, huevón, aquí está lleno de maricones y drogadictos, así que no venís a hacer ninguna cosa nueva". Agrega que "se hizo muy amigo de los escritores jóvenes ya que tenía sus devociones que todos saben, le interesaba mirar". Pero que no recuerda ningún escándalo mayor. Lo que ratificó el mismo Ginsberg en la entrevista que le dio a Sergio Marras: "No me enamoré de nadie, al menos particularmente, aunque le eché el ojo a un joven pintor que hacía unos dibujos muy buenos. No recuerdo su nombre".

Uno de los últimos poetas que Ginsberg aprovechó de conocer fue Pablo de Rokha, quien vivía frente a la Estación Mapocho después de su viudez. Vejar cuenta lo que Teillier le contó a él: "Carlos de Rokha, su hijo, que es un enorme poeta, le preguntó a Ginsberg ¿es verdad que usted es marica? y él le dijo que sí. Entonces Carlos le recomendó que no le dijera nada de eso a su papá porque si no lo iba a echar a patadas".

Con los años, la conversación que más recordó Ginsberg de su viaje fue la que sostuvo con los de Rohka: "Hablábamos de elecciones, de lo difícil que sería una elección en Chile si el Partido Comunista ganaba. Ellos decían entonces que, en ese caso, el Departamento de Estado intervendría, que Chile vivía a la sombra del imperialismo americano. En ese momento yo pensé que eran unos exagerados". El poeta beatnik hablaba en un castellano medio tarzanesco que aprendió durante sus viajes por el Caribe, cuando era marinero mercante.

Pasaron otras cosas: al par de meses, Ginsberg quería arrancar de Santiaqo, ganoso de partir a Perú a probar la ayahuasca de manos de los indios amazónicos; y se enfermó, como le declaró en una carta a su amigo Sebastián Salazar Bondy. De los seis meses que pasó en Sudamerica, tres los pasó en Chile. Luego, partió a Perú, Bolivia, y se fue a la India, a exorcisar los dolorosos recuerdos de la muerte de su madre Naomi Ginsberg, presa de la esquizofrenia, a quien le dedicó su monumental letanía Kaddish que escribió en una sola noche. Poema que hizo poco antes de este viaje. Cuando ya era una leyenda viviente.


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