jueves, 27 de marzo de 2008

El Regalo

EL regalo
The Velvet Underground
(White Light/White Heat)






Waldo Jeffers había llegado al límite. Era ya mediados de agosto, lo que significaba que había estado separado de Marsha más de dos meses. Dos meses, y todo lo que podía enseñar eran tres cartas manoseadas y dos llamadas de larga distancia muy caras. Cierto, cuando el colegio terminó y ella volvió a Wisconsin y él a Locust, en Pensilvania, ella había jurado mantener cierta fidelidad. Podía quedar con chicos de vez en cuando, pero solo como mera diversión.
Permanecería fiel. Pero finalmente Waldo empezó a preocuparse. Tenía problemas para dormir por la noche y cuando lo hacía, tenía sueños horribles; se quedaba despierto, sacudiéndose y revolviéndose debajo de su edredón bordado industrialmente, lágrimas manando de sus ojos. Cómo se imaginaba a Marsha: su juramento era superado por el licor junto a la tranquilidad de un Neandertal mientras se sometía a las últimas caricias del olvido sexual.
Era más de lo que la mente humana podía soportar.Las visiones de la Marsha infiel lo acosaban. De día las fantasias de abandono sexual se expandían por sus pensamientos y la cosa era que, ellos no podían entender cómo era ella en realidad. Waldo, solo, entendía eso. Había estudiado intuitivamente cada rincón de su psique él
la había hecho sonreir, y ella le necesitaba, y él no estaba allí.

(Voces de fondo): "Aaaaaw..."

La idea se le ocurrió el jueves anterior a la semana programada para el desfile de máscaras
acababa de terminar de cortar y perfilar el césped de los Edelsons por un dolar y medio y había revisado el buzón por si había al menos una carta de Marsha. No había mas que un formulario de la compañía de Aluminios Agrupados de America preguntando por sus necesidades. Al menos ellos se habían preocupado lo suficiente como para escribir. Era una compañía de Nueva York. el correo llega a todas partes. Luego se le ocurrió esto: no tenia suficiente dinero para ir a Wisconsin del modo normal, cierto, pero ¿por qué no enviarse por correo? Era absurdamente simple. Podía autoenviarse como un paquete de reparto especial. Al día siguiente Waldo fue al supermercado para hacerse con el equipamiento necesario.
Compró cinta adhesiva, una grapadora, y una caja de cartón de tamaño medio, justo como para una persona de su tamaño. Consideró que aun con un mínimo de empujones podría llegar bastante cómodamente. Algunos boquetes para respirar, un poco de agua, una selección de tentempiés para la medianoche y seguramente sería casi tan cómodo como ir en clase turista.
Para el viernes por la tarde Waldo estaba preparado. Estaba concienzudamente empaquetado y la oficina de correos había aceptado recogerlo a las 3 en punto. Había marcado el paquete como FRÁGIL, y mientras se metía enroscado en la caja, descansando sobre un cojín de gomaespuma se puso a pensar, intentó imaginarse la cara de estupefacción y felicidad mientras abría la puerta, veía el paquete, daba una propina al cartero y luego lo abría para encontrarse por fin a su Waldo en persona. Le besaría, y después a lo mejor verían una pelicula. Si se le hubiera ocurrido antes… De repente unas bruscas manos agarraron el paquete y él se tuvo que aguantar. Aterrizó con un golpe seco en un camión y luego perdió la conciencia. Marsha acababa de peinarse. Había sido un fin de semana brutal. Tenía que recordar que no podía beber asi. Bill había sido detallista. Después de haber terminado, él le había dicho que todavía la respetaba, después de todo, esta era, desde luego, algo natural e incluso aunque no, no la amaba, le había cogido cariño. Y después de todo, eran adultos. ¡Ay! ¡Qué cosas podría enseñar Bill a Waldo! aunque eso parecía haber ocurrido hacía años. Sheila Klein, su muy mejor amiga atravesó la puerta del porche hacia la cocina. “¡Ay dioos mio! Está todo tan bonito ahí fuera”.

-“Argg, sé a lo que te refieres, me siento asquerosa”. Marsha apretó el cinturón de su bata de algodón con los bordes de seda. Sheila arrastró el dedo por la mesa de la cocina donde había unos granos de sal, se chupó el dedo e hizo una mueca. “Se supone que tengo que tomar unas pastillas de sal, pero -arrugó la nariz- me saben como a vómito". Marsha empezó a acariciarse el mentón, un movimiento que había visto en television. “Dios, no vuelvas a hablar de eso”. Se levantó de la mesa y fue al fregadero de donde cogió un frasco con pastillas azul con rosa de vitaminas.

-“¿Quieres una? Se supone que es mejor que un bistec…” Y trató de tocar sus rodillas. “No creo que vuelva a tocar otra vez un daiquiri”.

Se dio por vencida y se sentó, esta vez alrededor de la pequeña mesa donde estaba el telefono. “A lo mejor llama Bill” dijo a Sheila mirándola de reojo. Sheila, mordisqueándose una cutícula: “después de lo de anoche, pensé que terminarías con él”

-“Sé a lo que te refieres. Dios mio, parecía un pulpo. Tenía sus manos por todo el lugar”. Gesticulaba levantando las manos como defiendiéndose. "El caso es que al poco rato te cansaste de luchar con él, lo sabes, y después de todo no hice nada importante el viernes y el sábado, asi que se lo debía, sabes a qué me refiero.” Sheila se empezó a reir con la mano en la boca. “Te lo contaré, me senti de la misma manera, e incluso después de un rato...”-y se inclinó hacia delante en un suspiro, “también lo quise…” y ahora empezó a reirse muy fuerte.

Fue en ese momento cuando llamó al timbre ubicado en el marco de estuco de la puerta de la casa Mr Jameson de la oficina de correos de Clarence Darrow. Cuando Marsha Bronson abrió la puerta, él le ayudó a meter el paquete dentro.

Una vez firmados los papeles amarillos y verdes se fue con una propina de 15 centavos que Marsha había cogido del monedero del estudio. “¿Qué crees que puede ser?” pregunto Sheila. Marsha permaneció con los brazos doblados detrás de la espalda. Miró fijamente el cartón marrón que descansaba en medio del comedor: "Ni idea". Dentro del paquete Waldo temblaba de la emoción mientras escuchaba las apagadas voces. Sheila pasó su uña por el enmascarador cartón. ¿Por qué no miras el remitente y de dónde viene? Waldo sintió su corazón latiendo. Podía sentir los latidos vibrando. Sería pronto.

Marsha le dio la vuelta al paquete y leyó la tinta corrida. “¡oh, Dios! ¡Es de Waldo!”. “Ese idiota” dijo Sheila. Waldo se estremeció con expectación. “Bien, aun asi debes abrirlo” dijo Sheila. Las dos intentaron levantar la solapa grapada. “Ahh, mierda”, dijo Marsha refunfuñando “debe haberlo cerrado a presión”. Tiraron de la tapa de nuevo. “Dios mio, se necesita un taladro para abrir esta cosa”. Tiraron de nuevo. “¡No hay una maldita empuñadura!” Quedaron alli, respirando fuertemente. ¿Por qué no coges las tijeras? dijo Sheila. Marsha corrió a la cocina, pero todo lo que pudo encontrar fueron unas pequeñas tijeras de costura. Luego recordó que su padre guardaba una coleccion de herramientas en el sótano. Bajo las escaleras corriendo y cuando volvió tenía en las manos unas tenazas de metal.

“Esto es lo mejor que he encontrado”. No tenia aliento alguno. “Toma, hazlo tú, yo me voy a morir.” Se hundió en un sofá muy mullido y exhaló ruidosamente.
Sheila intentó hacer un corte entre la tapa y el borde, pero la cuchilla era demasiado grande y no había suficiente habitación. “Dios santo, qué cosa!” dijo sintiéndose exasperada. Luego, sonriendo: “tengo una idea”.

-“¿Qué?” dijo Marsha.
-“Solo mira” dijo Sheila tocándose la cabeza con el dedo.

Dentro del paquete, Waldo estaba tan trasnfigurado por la excitación que difícilmente podía respirar. Tenía la piel irritada por el calor y podía sentir su corazón latiendo en la garganta. Quedaba poco. Sheila se mantuvo un momento de pie y anduvo hacia la otra parte del paquete. Luego, se puso de rodillas, agarró las tenazas por ambos mangos, respiró profundamente y hundió toda la cuchilla por la mitad del paquete, a través del centro de la tapa, a través del cartón, a través del cojín y (tup!) justo por el centro de la cabeza de Waldo Jeffers, que reventó ligeramente y causó unos rítmicos pequeños arcos de sangre para terminar palpitando suavemente bajo el sol.


En vivo.

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